La falta de perdón es la memoria del pasado traída al presente y recordada sin haberse cuestionado, esta idea queda impresa como un acto de que algo ocurrido en el pasado fue injusto. Por lo tanto, podemos equiparar lo que se me hizo injustamente con no desear perdonar o incluso justificar mi falta de perdón.
Este acto conlleva implícitamente que al no perdonar cometo un acto justo conmigo mismo por lo que se me hizo, creando mi propia justicia por el agravio recibido.
Hasta aquí podríamos entender que es “normal” el no perdonar, se me hizo algo que no lo merecía y tengo el derecho de no perdonar.
Miremos la falta de perdón más detenidamente, como si se tratase de desactivar una bomba de relojería, necesariamente una falta de perdón esconde muchas cosas, rabia, ira, enfado, tristeza y todo ello sometido a nuestro propio criterio de lo que consideramos no debería haber hecho tal persona.
Con esto no estoy diciendo que esté justificado lo que se te hizo y que no sientas lo que sientes, cada uno/a tiene el derecho de experimentar sus propias emociones, lo que quiero decir y te invito a que mires detenidamente es que una falta de perdón te esclaviza, ata, somete a aquel el cual no perdonas.
La falta de perdón es una venganza que justificamos por nuestro propio dolor o sufrimiento, bajo la infame creencia que el otro debe de pagar por lo que hizo, por lo tanto la ley que impera en nuestra vida al no perdonar es ojo por ojo, “me la haces me la pagas”, de ese modo justificamos nuestro acto vengativo por lo que hizo el otro justificando nuestros actos.
Entonces, el perdón queda relegado a la mínima existencia, por no decir es inexistente. No perdonar, es tomar una dosis de veneno y esperar a que sea al otro al que le haga efecto.
El acto de perdonar es un acto “egoísta”, ya que el primer beneficiado eres tú. Te tomas el antídoto del perdón y al que primero le hace efecto es a uno mismo.
Gracias por perdonar.
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